viernes, 4 de junio de 2010

Anda niña, levántate que vas a llegar tarde

Otro día más que se encontraba en esa esquina, había cogido el metro sin ser consciente, había terminado en la parada de Tirso de Molina. Llevaba tres semanas viniendo todos los días a esta zona, permanecía como en el limbo, paseando durante aproximadamente una hora y después se volvía a su barrio. ¿Que fuerza, que impulso extraño lo hacía dirigirse allá?. Había terminado por reconocer a algunas personas de verlas diariamente, el señor de la panadería, el chino del todo a 0,60€ y algunas mujeres y hombres que vivían en ese barrio.
Especialmente, se había sorprendido un par de veces, observando a través de la cristalera de la panadería, a una mujer madura, atractiva, de unos cincuenta años. Se había fijado por unos segundos en sus ojos al salir, un velo de tristeza, los empañaba, ella, lo miró distraídamente y siguió su camino.
Después de ese día, él la seguía todos los días con la mirada, ella, al principio seguía con su rutina diaria sin deparar en él pero, según pasaban los días, le empezó a mirar, e incluso ayer le saludó.

Seguro Médico, escrito de su puño y letra, en un papel marrón, ajado por el paso del tiempo, aprisionado por una gomilla. Amelia, lo tenía entre sus manos. Hacia dos meses que su marido había fallecido en un accidente de tráfico, poco a poco, en momentos perdidos, sin ganas, iba entrando en el doloroso mundo de reordenar su vida, a través de incursiones en sus efectos personales, ropas y pequeñas cosas que le pertenecieron.
En el pequeño paquete titulado “Seguros Médicos” encontró un documento, cuyo título decía:

Tú tienes el poder de salvar vidas. Se un donador de órganos y tejidos.

El día del accidente cuando la avisaron, ya le habían extraído los órganos, en este documento lo explicaba. En ese momento, como lo desconocía, no lo entendió. Cuantas vidas salvaron sus órganos. Encontró pequeñas libretas con anotaciones, sellos, cartillas, varios carnés anticuados y algunas cosas más. Se levanto a mirar por la ventana, ese hombre, seguía allí, se reprendió en su interior, ¿como podía fijarse en otra persona?, el cuerpo de su marido aún estaba caliente, se apartó apresuradamente de la ventana y siguió con sus pensamientos.
Lo echaba de menos, sobre todo al despertar, por la mañana, cuando aún vivía, le encantaba cuando aún estaba dormida y había sonado el despertador, escuchar su voz;

Anda niña, levántate, que vas a llegar tarde.

Todavía se echaba a llorar.

Habían pasado casi dos meses, Alex, seguía visitando esta zona, su intranquilidad había crecido, no encontraba explicación a su comportamiento, solo encontraba tranquilidad y sosiego al llegar allí, su vida, lejos de esta parada de metro, se había convertido en un infierno. Saludaba habitualmente a todas las personas y había conseguido tomar un café con Amelia, en ese momento se sintió en el cielo, sin ni siquiera mirarla, se estableció entre los dos una corriente extraña, no penséis que se estableció una relación de intimidad, no, eran dos extraños, dos cuerpos extraños, que no tenían ningún afecto físico, pero algo por encima de ellos, los unía y entrelazaba.

Ese mismo día, la vio salir de su portal y dirigirse directamente a él, otra vez volvía a pasarle, no se alegraba, pero a la vez su corazón latía más apresuradamente, siempre que ella se acercaba, ese órgano recién trasplantado, bailaba con su sola presencia.
Ella se acercó, Alex, ¿como estas? ¿Otra vez por aquí? Alex la miró y sin saber de donde salían sus palabras, le dijo;

Anda niña, levántate, que vas a llegar tarde.


Amelia, se quedo petrificada, quiso reaccionar, pero unas lágrimas, que empezaron a brotar de sus ojos se lo impidieron, esa frase, esa frase, ¿era posible? su marido, no podía ser.
Alex, dándose la vuelta se encaminó a la boca de metro, tenía que volver, su mujer, lo esperaba con impaciencia, desde el trasplante de corazón de su marido, la vida, la nueva vida de él, también se había convertido en un pequeño infierno para ella.



Joaquín Vidal
Junio 2010


,