miércoles, 11 de enero de 2012

El verdugo



Juan salió a la calle, llevaba un traje gris, camisa blanca y corbata a juego, calzado con unos brillantes zapatos negros. Todo su atuendo destacaba a un hombre cuidadoso, pulcro en el vestir. En su camino se cruzaba con los vecinos del barrio que le saludaban amablemente y algunos se paraban incluso para hablar con él. Todos los días hacía el mismo camino, directo a su trabajo. Era un hombre formal, trabajador muy educado y considerado. En el bar donde algún mediodía que otro se tomaba una cerveza también era apreciado, en fin un hombre modelo.

María, se despidió de Juan con un beso robado. Se quedaba en casa esperando que no volviera. Todos los días lo veía salir con su traje, educado, pulcro y su antifaz de verdugo. Ahora, después de un año, la vida de su marido se había normalizado, seguía maltratándola pero menos. Desde que descubrió que llevaba, a su pesar, una capucha de verdugo en su cabeza, invisible para todos menos para ella. Se había vuelto más violento, pero al comprobar que no la veía nadie, se acostumbró y siguió con su rutina.

Un día, en el bar, María se paró a hablar con un vecino, le sentaba bien sentirse guapa, atractiva. Su marido bajo y acercándose la cogió de la muñeca y medio a rastras la llevó camino de su casa. Al avanzar un par de metros, un vecino le dijo- Juan, deja a tu mujer, que le haces daño- en ese momento todo el mundo se percató de la capucha negra que llevaba en la cabeza. Era un verdugo que estaba ejecutando día a día, minuto a minuto a su mujer. María de un manotazo se soltó y echó a correr. Juan se quedó solo, rodeados de vecinos, llorando e intentando quitarse la máscara de verdugo que la llevaría para siempre. La denuncia de un vecino había señalado a un verdugo y salvado la vida de una mujer.

Joaquín Vidal Enero 2012

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