sábado, 11 de agosto de 2012

Locuras consentidas

Locuras consentidas, solo recuerdo que las cometí, cuando se nos rompió, rompí o rompiste nuestro amor. Exploramos nuestros cuerpos y el de extraños, como animales sedientos, dando rienda suelta, al principio a nuestras fantasías guardadas, soñadas, deseadas, pero una vez que nos convertimos en extraños, en pasajeros de diferentes trenes que en los últimos, meses o años, ya no recuerdo, se encontraban en vía muerta.

Pero las que de verdad me mantenían vivo antes y después de esto, son esas locuras desconocidas, no consentidas, en la cafetería de la oficina, casi sin conocernos, acercarme después de cruzar, de desearnos con la mirada durante semanas, a tu espalda y soplar aire en tu nuca, despacio muy despacio. Disfruto viendo tu turbación, el escalofrío que eriza tu vello y hace que la taza de café que sostienes en tu mano caiga al suelo con estrepito y se rompa en mil pedazos.

Caminar por la calle, estar sentado en una cafetería, en la calle frio, mucho frio, cuando entras, nuestros ojos, hablan en un idioma que solo entendemos los locos de los momentos no consentidos, de las locuras que te llevan al éxtasis, al límite, y terminar haciendo el amor como animales en el baño, saliendo después cada uno a seguir su vida, a vivir su locura consentida, que hoy ya puedes saberlo pero no quieres verlo, que terminaras cometiéndola cuando ya tu tren descanse, tranquilo, apacible, en una vía muerta.

Joaquín Vidal 8/2012

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